Monte Hermoso: La conmovedora historia de un delfín y el Negro Zochi
Una escena repetida como rasgo de singularidad. Pibes y grandes subían al lomo de Marcus. La notable convivencia entre un reconocido guardavidas y el delfín que visitaba la playa cada verano.
Foto Archivo familiar
Por Néstor Machiavelli
Una mañana en Monte Hermoso, a fines de diciembre del año 73, los guardavidas observaron una espantada de bañistas al ver asomar del agua lo que parecía una aleta de tiburón que en zigzag avanzaba hacia la orilla.
Con la prudencia siempre aconsejable en estos casos, José el “Negro” Zochi, histórico guardavidas del balneario, se acercó lo más que pudo y observó que en realidad no era tiburón sino la cola de un delfín Franciscano que con su trompa empujaba un enjambre de plumas empapadas hacia la orilla.
Alivio general, «¡sin tiburones en la costa!», exclamaron los bañistas, que detrás de los guardavidas se aproximaron al lugar del desembarco del delfín en arena firme. Estaba extenuado. No bien dejó a buen resguardo la extraña carga que traía a remolque, retornó al agua y a metros de la orilla comenzó a dibujar círculos y juguetear en la rompiente.
El manojo de plumas era un cormarán, ave exótica en playas del sur bonaerense, con un anillo en su pata derecha que identificaba procedencia o dueño de origen italiano. En pocos minutos el cormarán revivió, se paró, desplegó sus largas alas, carreteó hasta despegar del suelo y desaparecer en un cielo sin nubes rumbo a un destino tan intrigante como su llegada.
El Negro Zochi sacó una rápida conclusión: el delfín desvió la ruta, dejó su manada en la inmensidad del Atlántico para socorrer al cormarán en apuros, lo arrimó con esfuerzo hasta la costa y le salvó la vida. Ahí mismo, Zochi lo bautizó: “Marcus”, mientras el delfín continuaba con las piruetas en el agua, como expresión de alegría por el deber cumplido. Los bañistas se acercaron a él y a partir de ese momento comenzó el festival danzante con los turistas, como si se tratara de un ballet acuático, que se repitió a lo largo de todo el verano.
Foto: Archivo La Nueva
Así fue creciendo la fama del delfín en el balneario. Pibes y grandes subían a su lomo y Marcus los llevaba a pasear por la orilla. Una mañana, al verlo llegar, Zochi lo recibió con un abrazo de amigo. Inmediatamente sintió un ardor en el pecho. “Que me hicistes Marcus !»- exclamó, con el dorso y brazos llenos de filamentos de aguaviva que estaban adheridos en el lomo del delfín y en el cuerpo a cuerpo se los transfirió.
Llegó marzo, fin de temporada y al borde del otoño Marcus desapareció. Tristeza del guardavidas y veraneantes convencidos que no lo volverían a ver.
El mismo paisaje de mar calmo se repitió en el 74. En una mañana cálida de playa poco poblada de diciembre, la misma forma de aleta de tiburón, el mismo zigzag. Marcus regresaba para reencontrarse con los amigos del ballet acuático del verano anterior.
La vida de Marcus fue tan breve como bella, porque volvió a desaparecer y retorno a la orilla montermoseña antes del comienzo del año 76. Juegos repetidos, mismas piruetas, fotos, caricias, paseos en el lomo. Marcus en el centro de la escena, mimado por todos, danzando entre ellos.
Al borde de aquel otoño reconocible aún hoy por sonidos de marchas militares, justo cuando Marcus se aprestaba a regresar con los suyos en la profundidad del Atlántico, ocurrió lo inesperado. Días previos al golpe de estado, un militar que veraneaba en el balneario se acercó a la casa del Negro Zochi y le contó que dos jóvenes uniformados que se divertían en la playa practicando tiro al blanco, habían dado en la humanidad de Marcus. Lo habían matado.
Esto que describo me lo contó Zochi una mañana en Sauce hace pocos años, cuando fui a su casa con la foto del delfín que se exhibe en un restaurant de pastas de Monte Hermoso, para conocer algo de su historia. “Es Marcus… es Marcus..!!!” exclamó al reconocerlo y con los ojos llenos de lágrimas, mirando la foto, desgranó minuciosamente el testimonio que transcribo de primera mano. Lo escuché azorado. Antes de despedirnos hubo un largo silencio entre los dos. Pensé en el instante del impacto de los proyectiles en el cuerpo del Marcus, el círculo de sangre en la superficie que dejó en el adiós a la vida y se fue diluyendo con el agua salada hasta desaparecer de la superficie.
De regreso a casa, aún impresionado por el relato, comencé a imaginar la historia en un documental para nuestro ciclo de TV. Sigue en carpeta, es complicado realizarlo porque no es fácil encontrar imágenes del delfín. No me rindo. Hasta ahora recogí testimonios de personas que conocieron y disfrutaron a Marcus. Conseguí algunas fotos y fragmentos invalorables de videos que filmó el padre del Paul Yuquich, histórico guardavidas de Monte, al que mucho agradezco.
Por último, gracias al cielo por el testimonio que nos dejó el Negro Zochi, hoy un cálido recuerdo, que inmortaliza para siempre esta conmovedora historia de los años que Marcus compartió con nosotros frente al Faro Recalada.
Al borde del Atlántico, en su mundo, donde descansa para siempre.